Los padres sueñan con el día en que sus hijos tomen sus propias decisiones, pero en los últimos años he visto que papá o mamá quieren evitar que sus hijos salgan del nido familiar. Esperan que trabajen en un lugar soñado, con un sueldo espectacular, de lo contrario les impiden la oportunidad de crecer. Una sobreprotección cada vez más larga y peligrosa.
Si tu hijo estudia para ser médico, sin duda alguna esperarás que su trabajo sea en un consultorio, en una empresa médica, en un hospital. Si tu hija quiere ser ingeniera civil esperas que trabaje en su área, pero ¿qué pasa cuando el trabajo elegido no tiene que ver con la profesión?
Muchos padres miran esto como un retroceso, como una pérdida de la inversión en la educación conseguida. Miramos a los hijos como inversiones que deben rendir intereses y ganancias, sin darnos cuenta que no son bonos bancarios ni pólizas a plazo fijo, son seres humanos.
Recuerdo las palabras de una profesora de mi colegio cuando le conté que empezaría a trabajar. Ella se alegró y me dijo «una vez que empiezas, no terminas nunca» y así ha sido. Empecé mi vida laboral hace 12 años, trabajando como chofer de un centro infantil y de una florícola, profesor de música, traductor, diseñador, locutor. Siempre vi cada empleo como una nueva oportunidad de aprender.
No le prives a tu hijo o a tu hija de un nuevo comienzo en su vida. Un trabajo nos da dos cosas: una paga y experiencia. Aunque no parezca, todo lo que vivimos nos forma para el futuro, ya sea para aplicar lo aprendido o para evitar ciertos errores.
Trabajar en algo diferente a la profesión no es perder valor como persona sino tener la confianza suficiente para asumir nuevos desafíos, entendiendo que, a través del trabajo, podemos llevar el pan a casa y crecer.
Si tu hijo o tu hija trabajará en algo diferente a lo que soñaste, no te asustes, así es el camino de la vida en el que encontramos cada tanto una oportunidad para crecer como profesionales, pero sobretodo como personas.
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