No se logran la felicidad ni un buen matrimonio con el solo hecho de efectuar una ceremonia. Esto requiere olvidarse de uno mismo, un cortejo continuo, saber pelear limpiamente y el ser obedientes a los mandamientos del Señor. A esto hay quienes le suman un ingrediente extra y es la oración. Un matrimonio que ora permanece unido.
Más si se hemos tenido una riña, después de solucionarlo, de llegar a acuerdos, hay que perdonar y sellar con una oración genuina. En un verdadero matrimonio debe existir una unión de la mente así como del corazón y el espíritu. Las emociones no deben determinar las decisiones por completo, sino que la mente y el espíritu, fortalecidos mediante la oración y una consideración seria, nos proporcionarán la mejor oportunidad para caminar por una adecuada vida marital.