Nunca olvidaré el día en que uno de mis profesores del seminario llegó a clase emocionalmente exhausto. Él y su esposa acababan de escuchar el diagnóstico del médico. Ella padecía de una enfermedad debilitante crónica.
Al compartir esta devastadora noticia con los alumnos, el profesor compartió cómo fue su oración. No tenía paz. La frase «Hágase tu voluntad.» no fue dicha. Él fue a un lugar privado y procedió a gritar a Dios con enojo, cuestionó su bondad y exigió que Dios hiciera algo para «arreglar” esa situación de salud de su esposa.
Nos preguntó si eso fue una respuesta apropiada a Dios. Nuestras opiniones estaban divididas. «¿Esto muestra reverencia? ¿Honra Dios la honestidad? «Luego él abrió la Biblia en el Salmo 22 y nos mostró cómo la duda fue una experiencia común para el salmista David. El salmista, con un entendimiento muy honesto de Dios, reconoció que la vida a menudo es injusta; que, con frecuencia, Dios parece muy lejano y que podemos ser honestos con Dios acerca de cómo todo eso nos hace sentir.
Jesús, en la cruz citó el Salmo 22. El salmista comienza lamentándose de que Dios lo había abandonado (lo cual no era así, pero a veces realmente uno siente de esa manera) y concluye con una declaración de alabanza. ¿Qué cambió? Sólo la perspectiva del salmista. Él recordó que Dios es el Creador todopoderoso, el Dios amoroso, cuidadoso y personal que quiere cuidar a Sus hijos. Y recordó que nuestras circunstancias de la vida no definen a Dios. Más bien, Él las usa para transformar nuestro carácter.
Treinta años después, mi amigo y su esposa continúan luchando con la enfermedad. Pero también dan gracias a Dios por la madurez en sus vidas, la profundidad de carácter que este desafío ha producido en ellos, todo porque fueron honestos con Dios.