Una semana antes, todo parecía tan positivo. Años de esperanza finalmente se hacían realidad. Todos celebraban. La ola de la opinión pública estaba aumentando. Parecía que las cosas eran imparables. Pero cuánta diferencia hace una semana. Solo unos días antes, no había duda de que Jesús era el Rey prometido, el Mesías. No obstante, esta semana está condenado a morir como un criminal común. ¿Cómo pudieron estar tan equivocados?
No podemos saber exactamente lo que pensaron los primeros seguidores de Jesús, pero debido a que todos ellos lo abandonaron, probablemente fue algo parecido. Debemos tener cuidado de no juzgarlos porque, dadas las circunstancias, es muy posible que hubiéramos percibido las cosas exactamente de la misma manera. Pero, con el beneficio de la retrospección, podemos aprender de su experiencia.
La muerte de Jesús no fue un accidente, Él no fue una víctima. En Juan 10 Jesús dice claramente: «Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego por mi propia voluntad”. Pablo lo afirmó en Gálatas 4:4: “Este fue siempre el plan de Dios: que en el momento justo, en la forma correcta, su Hijo voluntariamente se sacrificara por nosotros”. Esto podría confundirnos, pero ese era el plan de Dios.
Las cosas rara vez son como parecen. Nuestras percepciones, a menudo, son confusas y equivocadas. Por lo tanto, nos anima saber que Dios no se presenta solo para las cosas «grandes», como la crucifixión de Jesús, sino para cada detalle de la vida. En el libro de los Salmos, el pueblo de Dios confiesa su angustia y confusión porque sus circunstancias no tenían sentido. Pero llegaron a comprender que Dios siempre cumple Sus propósitos. Sus métodos suelen ser confusos, pero sus fines siempre se llevan a cabo. Sus pensamientos, planes y métodos rara vez son como los nuestros. No se espera que podamos entender a Dios, sino que confiemos completamente en Él.
“Dios está en el cielo, tú estás en la tierra. Deja que tus palabras sean pocas «- Eclesiastés 5: 1-3.
Graham Bulmer
MDC/ag