Volar cometas…, eso era lo mejor que podíamos hacer cuando éramos niñas, mi hermana menor y yo.  Todo el verano visitábamos una hermosa planicie verde donde el viento soplaba fuerte para elevar esas estructuras frágiles de papel y carrizo. Esfuerzo, constancia, enredos, carreras y risas, eso era parte de la aventura planeada. Pero siendo sincera, no eran las cometas lo que ponía nuestro corazón feliz y nuestras ganas de salir a la misma hora todas las tardes, era compartir con mi padre, aprender de su perseverancia, entrega y disciplina al intentar coronar en los aires aquellas cometas.

 

Cuánto aprendimos mi hermana y yo de esos momentos vividos y que parecen latentes de un ayer cercano. Ahora que la vida nos ha regalado a nosotras la oportunidad de ser madres, repetimos la enseñanza de la perseverancia, la disciplina, el juego y el amor con nuestros hijos. Uno de los mejores transmisores de enseñanza para nuestros hijos, es nuestro propio ejemplo.  Sin duda alguna, el ejemplo vale más que mil palabras y nuestros hijos se fijan en todo; y esos pequeños actos cotidianos que nacen del corazón marcan sus vidas con amor.

El reto como padres es cada momento; enseñarles a nuestros hijos a amar a Dios, a honrarnos, a respetar a los adultos, a ser cariñosos, a extender sus manos con misericordia, a luchar honestamente por sus sueños, a asumir responsabilidad, a ser agradecidos, a no juzgar a los demás, a ser flexibles, a ofrecer perdón… Son muchas las enseñanzas que les podemos transmitir por medio de nuestro modelo de vida.

Nuestra mejor estrategia: mantenernos fieles en la enseñanza que perdura y que está en la Palabra de Dios para que nuestros hijos amen a Jesús. Dios nos permita escuchar de nuestros hijos lo que un día dijo el sabio Salomón:

“Mi padre me enseñó: «Toma en serio mis palabras.    Sigue mis mandatos y vivirás.   Adquiere sabiduría, desarrolla buen juicio.  No te olvides de mis palabras ni te alejes de ellas.   No des la espalda a la sabiduría, pues ella te protegerá; ámala, y ella te guardará”.