Tenemos una idea de que el conocimiento lo obtenemos en lugares específicos: la escuela, el colegio, la universidad, la iglesia. Pensamos que debemos escuchar a los profesores que sí saben y que deben enseñarnos para ser más inteligentes.
Desde que aprendí a leer me encantó tomar un libro y aprender. Pensaba que mientras más sabía, sería más inteligente, de hecho pensaba que la inteligencia era saber más que el resto, poder hablar de todos los temas y que la gente diga «wow, ese tipo es un conocedor de todo». Con los años, me he dado cuenta que las más grandes enseñanzas de mi vida no las recibí de libros ni de instituciones.
Siendo honestos, la mayoría de enseñanzas que recibimos y aplicamos no las aprendimos en un aula.
- Aprendí más de mis padres, que con su esfuerzo y trabajo en silencio me enseñó a seguir adelante a pesar de las circunstancias
- Aprendí a ahorrar y a trabajar cuando en casa faltó. En lugar de mentirnos y decirnos que todo estaba bien, fueron sinceros y eso nos motivó a dar un paso más allá de nuestra comodidad
- Aprendí a ser generoso cuando llegué a un barrio que, según yo, era pobre pero eran más ricos que yo porque compartían todo lo que tenían, mientras yo a veces compartía lo que sobraba
- Aprendí a saludar con mis queridas amigas vendedoras de la calle, que siempre que me miraban pasar me saludaban, aunque no supieran quien soy, y lo hacían por cortesía
- Aprendí que la vida es hermosa cuando vi a un amigo con cáncer vivir plenamente cada día, y a pesar de su dolor
Hay enseñanzas en todo lugar y de todos podemos aprender algo, pero es necesario abrir los oídos, los ojos y el corazón para aprovechar aquellos momentos que podrían marcar nuestra vida para siempre.