Seguimos nuestro recorrido por la Galería de la Fe, para encontrarnos con un cuadro pintado al óleo, sobre lienzo de 5250×186 cm.  En él vemos a un hombre y una mujer que conversan alrededor de un pozo de agua. Tras viajar en el calor del día, Jesús se detuvo para descansar y obtener agua.

Él inicia la conversación con esta mujer samaritana en el pozo pidiéndole agua. Gradualmente, en el transcurso de la conversación, ella obtuvo un testimonio de la divinidad de Él. Juan escribió que primero ella se dirigió a Jesús como un “judío”, después como “Señor”, luego “profeta” y finalmente como “el Cristo”. El hecho de que su elección de títulos fue cada vez más respetuosa indica que desarrolló fe en Jesucristo y se convirtió.

El Salvador le enseñó que Él tenía “agua viva” y que los que bebieran de esa agua no volverían a tener sed jamás. Perpleja, la mujer le hizo más preguntas. Entonces, Jesucristo reveló la vida pasada de la mujer samaritana y su actual relación pecaminosa. Aunque tal vez se haya sentido avergonzada, quizás también percibió que Jesucristo le hablaba con respeto, porque respondió reflexivamente: “Señor, me parece que tú eres profeta”.

Una vez que se habían revelado sus pecados, y no teniendo ya nada que esconder, la mujer ejerció fe en Jesús conforme Él le enseñaba. Una de las respuestas que Él le dio puede ser una clave para obtener la salvación: “Mujer, créeme”

Por causa de su fe, la mujer samaritana recibió un testimonio del Espíritu y sintió el deseo de testificar que Jesús era el Cristo, el Mesías prometido. Dejando su cántaro (que simboliza sus bienes mundanales), fue a la ciudad y proclamó: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?”. Como instrumento en las manos de Dios, la fe y el celo misional de la mujer samaritana ayudaron a ablandar el corazón de otras personas para que aceptaran a Jesucristo. Una mujer que recibió el agua viva del espíritu divino, hoy aquí en la Galería de la Fe.