Decidí desinstalar la aplicación de Facebook en mi celular.

Hace poco cometí el grave error de unirme a un grupo “cristiano” de apologética en Facebook. Yo esperaba encontrar, por la descripción que leí del grupo, una comunidad de personas que siguen a Dios y buscan intercambiar opiniones sobre temas importantes de la cristiandad. Esperaba leer comentarios que me hicieran pensar profundamente y explicaran con pasión y humildad su posición.

Lo que encontré fue un tanque de pirañas tratando de comerse vivos los unos a otros.

Lo que entristece más mi corazón es saber que esto no es un caso aislado. Desde que tengo memoria he formado parte de la comunidad cristiana y desde que tengo memoria he escuchado las riñas y problemas que existe entre nosotros. La crítica, el chisme, los comentarios… ya me cansé de eso. Hemos permitido que nuestras iglesias fomenten el odio y la división del pueblo de Dios. Es deplorable y quebranta el corazón ver este tipo de «cristianismo tóxico» en nuestras iglesias.

El problema del sectarismo

Desde el Nacimiento de la iglesia cristiana hemos sido identificados con el nombre de secta. La iglesia de Cristo inició como una secta del judaísmo y la iglesia protestante surgió como una secta de la iglesia católica. Nos hemos acostumbrado a la idea tanto, que se ha vuelto parte de nuestra identidad. Nos dividimos por cualquier razón. Porque el uno canta esto y el otro no, o porque ese grupo quiere la alfombra rosada y el otro la quiere azul. Las iglesias se dividen, el pueblo de Dios se divide, y tenemos miles de grupos distintos. Lo que hoy llamamos denominaciones (incluidos no denominacionales).

El sectarismo se ha desarrollado en nosotros al punto que hoy en día existen brechas irreconciliables por temas menores como la comida, la vestimenta, la música, etc. Cuando pienso en esto siempre vienen a mi mente las palabras de Cristo al orar por su iglesia en Juan 17. Este pasaje conmueve mi corazón cada vez que lo leo. Cristo, el omnisciente Dios-hombre, conoce que está a punto de sufrir la crucifixión y decide orar por nosotros, sus seguidores.

Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros.

Esta es la primera petición de Jesús al Padre, por sus discípulos. Que seamos uno. Y más adelante vuelve a repetirlo:

Juan 17:11b

 

Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.

Juan 17:20-21

Cuando una persona publica su opinión en internet y la respuesta inmediata de un “hermano” es un insulto, una condenación y una larga fila de palabras en desamor, me pregunto cómo estamos cumpliendo con la unidad de la iglesia. Porque lo que más me asusta es que el Evangelio y el nombre de Cristo está en peligro. Jesús dice “para que el mundo crea que tú me enviaste”. Si creamos división demostramos que el espíritu de unidad de Cristo no está en nosotros.

Existe un momento y un lugar para denunciar las herejías y los falsos maestros. Cristo lo hizo frecuentemente. Sin embargo, no somos Jesús, y debemos usar sabiduría. Con tu comentario enojado no va a cambiar la opinión de nadie. Con tu chisme en la iglesia no ejerces el ministerio de reconciliación al que somos llamados. Con condenar a alguien sin conocerlo o hablar personalmente con ellos para corregir el error, no avanzas el evangelio de Cristo. Simplemente impones tus propias opiniones y actúas por ira y contienda. En la Biblia, los hijos de ira no son los hijos de Dios (Ef 2:3).

En Hechos 18 Apolos enseñaba a la iglesia fervientemente pero tuvo sus fallas. No enseñó todo correctamente. Los líderes Priscila, Aquila y Pablo no lo tacharon de hereje ni lo condenaron al fuego del infierno. Lo tomaron aparte, le explicaron la correcta doctrina, lo corrigieron y lo apoyaron como enviado de Dios para que continúe bendiciendo y propagando la obra del Evangelio.

¿Cómo cambiará tu reacción ante lo que escuchas o lees de otros, si tomas en cuenta este ejemplo? Los discípulos vinieron a Jesús y se quejaron por una persona que echaba fuera demonios, pero no andaban con Jesús. La respuesta de Jesús no fue condenarlo. Él dijo: “No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es” (Mr 9:39-40). Jesús nunca nos enseñó a condenar a nuestros hermanos, sí a confrontar en amor y ministrar reconciliación (Mat 18:15-22).

Como ven, Cristo mismo aboga una y otra vez por evitar las divisiones y buscar la unión. Si Jesús lo oró, es porque también sabía que sería uno de nuestros más grandes problemas en la vida cristiana. No caigamos en la trampa del sectarismo. Es muy fácil pensar que sólo mi iglesia tiene la verdadera doctrina, pero no es así. Debemos mostrar unidad en lo primario, gracia en lo secundario y tolerancia en lo que no es importante.

Evitar los extremos

Finalmente es importante considerar el otro extremo del asunto. Si bien nos hemos ido por el lado de las divisiones y la intolerancia, también es peligroso caer en la unión sin discernimiento, lo que comúnmente se llama ecumenismo. El ecumenismo puede sonar como una idea maravillosa, la unión y el trabajo conjunto de grupos con diferentes creencias para el bien de la humanidad. Pero fundamentalmente es peligroso.

Existen algunos principios importantes a los que nos debemos atener todos para ser considerados verdaderos cristianos: la muerte y resurrección de Cristo, la divinidad y humanidad de Cristo, la salvación por gracia, la autoridad de las escrituras, entre otros. Todas estas son cosas básicas para la salvación y la vida correcta en Cristo, pero existen temas secundarios como el gobierno de la iglesia, las formas de adoración y el culto a Dios, el día de adoración, la forma del bautismo, etc. que son temas secundarios y otros aún menos importante que estos.

Si alguien dice que es seguidor de Cristo, pero niega a Cristo como salvador o alguna de sus naturalezas divina o humana, no puedo considerarlo como mi hermano. Por el bien de la comunidad no podemos permitir que cualquier idea extraña del evangelio tome el nombre de Cristo. Existen grupos que claramente van en contra de la ortodoxia cristiana y debemos cuidarnos de no avalar o impulsar estos grupos, pues alejan a la gente de la fe salvadora en Cristo. Pero si enseñan la salvación de Cristo, no podemos condenarlos y causar división entre nosotros mismos.

Por ambos lados tenemos problemas. Si nos asociamos con aquellos que no evidencian una vida en Cristo, deshonramos el nombre de nuestro Salvador. Pero a su vez, si nos dividimos entre hermanos por temas insignificantes estamos poniendo en vergüenza a nuestro Señor al ser divisivos y no buscar la unidad.

Ni el ecumenismo ni el sectarismo deben formar parte del pueblo de Dios. Ambos lados nos llevan a continuar fomentando las tendencias tóxicas del cristianismo moderno. Pidamos sabiduría, actuemos con prudencia y dejemos de lado las tendencias del cristianismo tóxico de este siglo.