La mayoría de las veces, estoy muy contenta con mis hijos. Me siento agradecida por sus vidas, su salud, sus risas. Claro, están lejos de ser perfectos, pero casi siempre nos llevamos bien e incluso disfrutamos el uno del otro. Pero hoy, tengo una confesión: últimamente, me he sentido realmente decepcionada con uno de mis hijos. Está tomando decisiones rebeldes que no están a la altura del potencial que veo en él. ¿Qué pueden hacer los padres cuando, después de dedicarnos con mucho cariño y esfuerzo a las vidas de nuestros hijos, nos sentimos infelices con sus decisiones y defraudados por su comportamiento?
En primer lugar, debemos tomarnos el tiempo para reflexionar sobre la creencia prevalente de que el éxito de nuestros hijos es un reflejo de nuestro propio valor. ¿Con qué frecuencia juzgamos a otros padres según el desempeño de sus hijos?
Ciertamente, cada uno de nosotros tiene el privilegio y la responsabilidad de educar e influir en las vidas de nuestros hijos. Pero ellos también son individuos separados de nosotros, con la libertad dada por Dios para elegir su propio camino en la vida. Para evitar apresurarnos en desaprobar a otro padre por la forma en que actúan sus hijos, debemos considerar que Dios, el padre perfecto, también tiene problemas con nosotros sus hijos.
A menudo, nuestra sensación de enojo y decepción por el mal comportamiento de los hijos tiene menos que ver con la conducta del niño y más con nuestro propio sentido de vergüenza sobre cómo nos verán los demás, o con nuestra propia ansiedad sobre las expectativas no cumplidas que tenemos para nuestros hijos. Debemos alejarnos del huracán de emociones que provoca el mal comportamiento, tomándonos un tiempo para pedirle a Dios que nos ayude a lidiar con nuestro propio equipaje emocional. ¿Estoy criando al hijo que quiero o al hijo que tengo? ¿Espero demasiado del él, tomando en cuenta su edad y su madurez? ¿Estoy siendo el modelo de vida piadosa que mi hijo necesita? Solo cuando lleguemos a un lugar de seguridad en nuestra propia identidad como hijos amados de Dios – imperfectos, pero en crecimiento – podremos abordar con calma el comportamiento preocupante de los hijos.
Puede ser saludable que nuestros hijos vean nuestro desencanto con su comportamiento, para que vean cómo sus acciones impactan a los demás y se responsabilicen de mejores elecciones en el futuro. Sin embargo, en medio de nuestra tristeza por su conducta, es esencial decirles cuán profundamente son amados. Romanos 5:8 dice, “Pero Dios muestra su amor por nosotros en que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.” Siguiendo este ejemplo de amor divino, debemos buscar oportunidades para expresar nuestro amor con palabras y acciones, incluso cuando nuestros hijos nos desilusionan. Amémoslos en su peor momento, porque ese es el momento que más cuenta.
Finalmente, habiendo resuelto nuestros propios problemas y expresado nuestro amor incondicional, podemos comenzar a entrenar a nuestros hijos hacia un mejor comportamiento. Debemos tratar de afirmar todo lo bueno que podamos ver en sus vidas, alentándolos a seguir creciendo en esos rasgos de carácter. Y con mucho amor, los guiamos para que se responsabilicen de sus acciones incorrectas. Esto podría significar darles una segunda oportunidad, pedirles que hagan las paces o poner claramente los límites y las consecuencias para el futuro.
La gracia de Dios es nuestro modelo para la crianza de los hijos (2 Pedro 3: 9). Ofrezcamos a Dios nuestras decepciones parentales, confiando en su gracia para restaurarnos continuamente a nosotros y a nuestros hijos. Mientras haya vida, hay esperanza.
Beth Saavedra