¿Sabías que el río Merced, en California, alguna vez fue uno de los más caudalosos del valle? Su agua bajaba desde las montañas y daba vida a todo lo que tocaba. Pero con los años, por la sequía y el mal uso del agua, dejó de fluir.
Los peces murieron, la tierra se agrietó y el valle se volvió un lugar seco. Todo porque el agua dejó de moverse.
Algo parecido pasa cuando en nuestra vida dejamos de dar.
Dios diseñó todo para que fluya: en el matrimonio damos amor, en una discusión podemos dar perdón, en la crianza damos tiempo, ante la necesidad, recursos.
Pero cuando todo se queda guardado, el alma empieza a secarse. La Biblia lo dice de forma poética en Eclesiastés 11:1 “Echa tu pan sobre las aguas, y después de muchos día lo volverás a encontrar”
Dar no es perder, es permitir que algo nuevo crezca. A veces parece que algo se va de nosotros, pero también algo viene de regreso.
Dios no nos pide que retengamos, nos invita a confiar. Así que hoy, no nos estanquemos. Dejemos que fluya. Que el amor y la generosidad sigan corriendo a través de nosotros.
 
								


