“Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, del Padre de las luces.” – Santiago 1:17

En esta casa todos te llaman “mamá”, pero yo te llamo regalo. No porque seas perfecta, sino porque fuiste enviada por Dios a este hogar.

Te veo. Aunque no siempre lo diga. Te veo cuando te levantas con sueño, cuando sirves sin aplausos, cuando lloras en silencio y vuelves a sonreír para dar seguridad a los niños.

No haces magia. Haces algo más profundo: vives por fe.

Eres un reflejo del amor de Dios para nuestra familia. No por tus fuerzas, sino por su gracia en ti.

Dios te formó. Te pensó para este rol. Te entregó como un regalo bueno. Y yo le doy gracias a Dios por ti, por tu entrega, tu ternura, tu corazón.

Muchas mujeres hicieron el bien, pero tú cariño, tú las sobrepasas a todas. Eres una bendición. No solo para nuestros hijos, sino también para mí.

Te amo.

Mamá, tu valor no está en lo que haces, sino en quién te sostiene. No olvides esto: todo lo bueno que eres… viene de Él.

Y todo lo bueno que das… es por Él.