Mateo 6:12, Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.  

Cuando era adolescente y escuché por primera vez que perdonar es necesario para vivir libres de amargura y que para Dios no es negociable dejar de perdonar, decidí perdonar a todos los que venían a mi mente y corazón.  Sentí que un gran peso caía de mis hombros, pero a pesar de esa experiencia hubo una persona que, cuando la veía, no me sentía libre.  Descubrí que aún no le había perdonado.  No entendía por qué, si ya lo había decidido y aún lo había orado.  Al estudiar la Escritura, Dios me dio la respuesta: cuando la herida es muy profunda y lleva mucho tiempo en nuestro corazón, necesitamos un proceso que está en la Escritura y que Jesús nos enseñó.  El primer punto es decidirlo, pero hay algo más:

Mateo 5:43-44 (NVI)  »Ustedes han oído que se dijo: “Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo”. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen.

La Palabra me enseña que debemos amar a nuestros enemigos o aquellos que nos han lastimado, aunque no sean enemigos, pero en nuestro corazón hay dolor y tratamos de evitarlos.  Para amarlos, después de decidir, hay que orar por ellos, bendecirlos, anhelar que Dios prospere sus caminos, buscar la oportunidad de hacerles bien y aun Dios pondrá la forma en que actuemos lo que hemos orado. Orar por otra persona acorta las distancias de nuestros corazones.

Lo puse en práctica, pero aún no lograba sentir amor por esa persona, hasta que entendí que Dios lo amaba tanto como a mí y que para Él era tan valioso que Jesús derramó su sangre por él.  ¿Qué derecho tenía yo de rechazar a alguien que mi Cristo amaba tan profundamente? Decidí amar y confiar que Dios me diera de su corazón para lograrlo, y Él me concedió llevar a esta persona a Sus pies.  Mi esposo le enseñó cómo estudiar y predicar la Palabra.  Dios nunca nos pediría algo que no pudiéramos hacer.

            «Es tiempo de perdonar, el final del proceso del perdón es amar».