Hace unos cuantos años, el día de mi graduación en la secundaria, recuerdo que mi padre me regaló una cadena de oro que fue suya durante mucho tiempo, era muy valiosa para él, como un tesoro, sin embargo, me la obsequió con mucho amor ya que estaba muy orgulloso de mí. Esta joya tiene un valor sentimental muy grande, la cuido tanto que la uso solo en ocasiones especiales y no la saco cuando voy solo por la calle, no la puede ver todo el mundo.

Pensando en esto, puedo afirmar que uno de los tesoros más grandes y valiosos que nos ha dado nuestro Padre de arriba es su palabra, muchas personas a lo largo de la historia fueron perseguidos y tuvieron que sufrir para que podamos acceder al libro más vendido de todos los tiempos, la Biblia.

Lamentablemente, por mucho tiempo este libro no tuvo un valor muy alto para mí, en mi adolescencia no lo leía, me resultaba aburrido y en varias ocasiones cuando intentaba leerlo me quedaba dormido, sin embargo hubo un momento en mi vida en el que comprendí que  para conocer más a Dios, es necesario leer su Palabra.

Ahora entiendo que la Biblia es un regalo de Dios y la tengo como un tesoro, a diferencia de la joya que me obsequió mi padre, este tesoro es diferente porque no es solo para mí, no es para guardarlo y sacarlo en ocasiones especiales como en la Iglesia, la célula, la reunión, el grupo de oración, etc. Este tesoro lo puedo compartir con las personas porque es un regalo de Dios para todos.

 

“En tus decretos hallo mi deleite, y jamás olvidaré tu palabra.” (Salmos 119:16)