Por Internet circula una historia desde hace algunos años ya, y quizá estás familiarizado con ella. Una niña tiene como su mayor tesoro un collar de perlas de plástico. Lo lleva a todos lados. Se lo pone todos los días. Un día, su papá compró para ella un bellísimo y costoso collar de perlas reales. Pero no se lo dio de inmediato. Fue donde la niña y le preguntó: «Hija, ¿tú me quieres?» Ella respondió, entusiasmada: «Sí, papá, tú sabes que te amo». El padre le dijo: «Entonces dame el tesoro más grande de tu alma, dame tu collar». La niña se negó y sostuvo con fuerza el collar entre sus manos. Su papá le hacía la misma pregunta todos los días, y todos los días la niña le decía que no. La moraleja de esta historia es que Dios nos pide que renunciemos a las cosas y a las personas sin valor en nuestras vidas para darnos preciosos tesoros.

¿Qué es un ídolo?

Bueno, yo también estaba aferrada con fuerza a un collar de perlas de plástico: mi deseo de casarme. Ahora, que uno quiera casarse no tiene nada de malo… a menos que este anhelo se convierta en un ídolo. Pero ¿qué es un ídolo? Básicamente un ídolo es algo que ponemos en el lugar de Dios. Cuando pensamos en los pecados más «graves», pocas veces nos viene a la mente la idolatría, pero esta es la transgresión más grande en contra de Dios. No es por casualidad que los dos primeros de los Diez Mandamientos sean: «No tendrás otros dioses delante de Mí. No te harás ningún ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás» (Éxodo 20:3-5a).

Juan Calvino enseñó que el corazón humano es una fábrica de ídolos. En Romanos 1:25 vemos cómo los seres humanos hemos dejado de adorar al Creador para endiosar a las cosas creadas. En ocasiones nuestros ídolos pueden ser cosas «feas» a primera vista como la pornografía o la avaricia. Pero otras veces, hacemos ídolos de los buenos dones que Dios nos ha dado, como el trabajo, las personas o el matrimonio.

¿Cómo sé que tengo un ídolo?

Bueno, yo tengo el anhelo de casarme y eso en sí mismo no es malo, entonces, ¿cómo puedo saber si he hecho del matrimonio mi ídolo? Timothy Keller dice que una buena manera de identificar un ídolo es llenando el espacio en blanco: «Yo realmente sería feliz si _____ ». John Piper afirma que la idolatría empieza en el corazón; es un antojo, un anhelo, el buscar satisfacción en algo que estimamos como un tesoro mayor que Dios. En palabras más sencillas, sabemos que es un ídolo cuando creemos que nunca podríamos ser felices si no nos casamos. «Yo realmente sería feliz si estuviera casada».

La verdad que nos hace libres

La pregunta clave: ¿Qué dice la Biblia sobre esto? En primer lugar, la Escritura enseña que Dios mismo creó el matrimonio (Génesis 1-2) como algo bueno para el ser humano. Es un regalo del Señor (Proverbios 18:22) y un pacto que hombre y mujer realizan frente a Él (Malaquías 2:14-15). Además, Él aborrece el divorcio (Malaquías 2:16-17), pero lo ha permitido por la dureza de nuestros corazones (Mateo 19:8).

Lo que la Biblia NO dice sobre el matrimonio es que este es obligatorio (no hay cita bíblica, ¿ves?). La Palabra tampoco afirma que Dios promete que cada hombre y cada mujer tendrán un cónyuge asegurado (tampoco hay cita). La Escritura no declara en ningún lugar que la misión del ser humano en el mundo es buscar pareja porque ahí se encuentra la realización, significado y satisfacción completa de hombres y mujeres. Jesús mismo aseguró que no todos nos vamos a casar (Mateo 19:11-12).

Y finalmente, si bien es cierto que la Biblia eleva el matrimonio como un bello regalo de Dios, también hace lo mismo con la soltería. De hecho, es un don del Señor al mismo nivel del matrimonio (1 Corintios 7:7). El apóstol Pablo va más allá e incluso dice que preferiría que hubiera más solteros en la iglesia (1 Cor. 7:7–8, 26–31).

El problema es que todos hemos crecido con la expectativa y la esperanza de casarnos algún día. Es más, en muchas iglesias se iguala la bendición de Dios con el matrimonio. Nos enseñan que si Dios no quita el anhelo es porque Él ciertamente lo suplirá (no he encontrado cita bíblica para esta afirmación tampoco). Pero aprendí algo de Elisabeth Elliot y de Nancy DeMoss Wolgemuth: la soltería en realidad es un regalo y es la porción que me ha sido asignada por ahora. Es un regalo de Dios. La soltería no debería ser considerada un problema ni el matrimonio un derecho. El Señor, en Su sabiduría, nos da a cada uno el don que Él considera mejor.

La misión

Entonces, si el matrimonio no la misión de mi vida, ¿cuál es? La Palabra de Dios nos da una respuesta clara de cuál es el propósito de vida de cada seguidor de Jesús: En primer lugar, Él nos encargó la tarea de hacer discípulos a todas las naciones y enseñarles a guardar Sus mandamientos y enseñanzas (Mateo 28:19-20). En segundo lugar, el Señor nos dice que existimos para servirnos unos a otros en Su cuerpo, que es la iglesia (Efesios 4:11-16; Romanos 12:3-8; 1 Corintios 12). En tercer lugar, la Biblia indica que vivimos para adorar a Dios y disfrutar de Él (Salmo 16:11; 34:7; Habacuc 3:17-18; Juan 17:3; Romanos 5:11).

Los beneficios para mi vida amorosa

¿Cuáles son los beneficios de tener un enfoque correcto en la misión y de derrocar el ídolo del matrimonio? Aunque no lo creas, esto tiene un impacto en la calidad de tu vida (incluso el área de las relaciones románticas). En primer lugar, experimentarás un verdadero contentamiento en tu soltería. Cuando sabes que Cristo es suficiente y te deleitas en Dios, disfrutas de la vida sin sentir que «algo te falta». Vivir con propósito para el Señor es parte de la experiencia de una vida abundante (Juan 4:31–38).

En segundo lugar, tendrás mayor discernimiento para las relaciones. Este es un punto crucial porque, lamentablemente, he visto DEMASIADOS casos de personas que han tenido que pasar por situaciones muy tristes porque su obsesión era casarse sin importar con quién. Cuando tenemos los ojos en Cristo y nuestra satisfacción está en Él, no nos dejaremos convencer tan fácilmente por cualquiera que venga a calentarnos las orejas.

En tercer lugar, tendremos más gozo en nuestra vida. El vivir es Cristo (Filipenses 1:21) y podemos alegrarnos en Él (Filipenses 4:4). El Señor nos llena de paz (Juan 14:27; Filipenses 4:6-7). Estamos completos en Él (Colosenses 2:10). Su gozo es nuestra fuerza (Nehemías 8:10). Él quiere que nuestro gozo siempre sea perfecto/completo (Juan 15:11). EN ÉL, EN DIOS, SOLO EN ÉL.

Quizá la mayor tentación en la soltería es dar por sentado que el matrimonio llenará nuestros vacíos, resolverá nuestras debilidades, ordenará nuestras vidas o potenciará nuestros dones. Sin embargo, en 1 Corintios 7, Dios nos advierte que la vida matrimonial viene con sus propios desafíos y que podemos casarnos, si así lo deseamos, pero seguir a Jesús no es más fácil cuando nos unimos a otra persona pecadora en un mundo caído.

¿Y entonces?

Sam Allberry asegura que, si el matrimonio nos muestra la unión de Cristo y su iglesia a través del evangelio, la soltería nos muestra la suficiencia del evangelio.

Me encanta lo que dice C. S. Lewis sobre los ídolos: «Somos criaturas de doble ánimo, que coquetean con el alcohol, el sexo y la ambición, cuando el gozo infinito nos fue ofrecido, como un niño ignorante que quiere seguir haciendo pasteles de lodo en muladar, porque no se puede imaginar lo que significa el ofrecimiento de pasar las vacaciones en el mar. Nos complacemos muy fácilmente».

Volviendo a la niña de las perlas, sí, Dios quiere que sueltes ese collar de plástico para darte algo mucho más espectacular, algo más valioso que cualquier otra cosa, el mayor tesoro que existe en el universo. DIOS QUIERE DARTE DE SÍ MISMO, Su presencia, Su salvación, Su favor, Sus promesas, Su gozo, Su paz y vida eterna con Él.

El verdadero contentamiento, la verdadera satisfacción, el verdadero gozo y la verdadera realización solo están en Cristo. En otras palabras, si no eres feliz y completo en Cristo en la soltería, tampoco lo serás en el matrimonio. Entonces, ¿qué pasará si no te casas? ¿Si no quedara nada? ¿Si no hubiera nadie? ¿Todavía amarás a Dios?

 

ESCRITO POR: María del Carmen Atiaga