No escuchar bien nos puede meter en líos rápidamente. Cuando fui adolescente, me pidieron ayuda con el programa de los niños en mi iglesia. Yo era responsable de hacer el jugo para los niños más pequeños. En mi emoción no escuché atentamente las instrucciones y en lugar de cinco cucharadas de azúcar, agregué cinco tazas de azúcar al jugo. A los niños les encantó! Pero los líderes no estaban impresionados con los ahora muy hiperactivos niños de siete y ocho años de edad.
La mayoría de mis fracasos al escuchar son el resultado de asumir que yo ya sabía lo que la persona estaba diciendo y no tenía que prestar atención, o realmente no estaba interesado en lo que la otra persona estaba diciendo. Es vergonzoso y triste tener que admitirlo, pero es cierto.
Cuán cuidadosa y voluntariamente escuchamos a Dios y a los demás? Hacerlo, es una expresión honesta de cuánto los valoramos y honramos. Es más que simplemente ser educado; es una auténtica expresión de amor. Con frecuencia, Dios «nos habla» a través de las palabras de otros. Puede que no sea Su voz, pero pueden ser Sus palabras.
Salomón dijo: “Guarda tus pasos cuando vas a la casa de Dios, y acércate a escuchar en vez de ofrecer el sacrificio de los necios, porque éstos no saben que hacen el mal.” (Ec 5:1 LBA) Este es un excelente consejo, no solo para aplicarlo en nuestra relación con Dios, sino en todas nuestras relaciones. Cuando escuchamos bien, enfocamos nuestra atención en la otra persona y de esa manera demostramos un espíritu de humildad.