Hoy quiero darte gracias y no sé bien porqué.
Tal vez sea que comienzo a darme cuenta que estás conmigo constantemente y me haces fácil recurrir a tu presencia en mí. Gracias Padre.
Comienzo a descubrir que es en los momentos de dificultad, cuando el ánimo no termina de despegarse del suelo, o cuando la ira me invade y trata de dominar mi conducta… es ahí cuando más fácil me lo pones, cuando de nuevo vuelves a abrirme la puerta para decirme, “aquí estoy, refúgiate en mí”.
Y lo más importante, Padre, es que me doy cuenta que tu gracia no se esconde, quizá sea yo quien no sabe, no quiere o no tiene capacidad para descubrirla más a menudo. Me la pones por delante con una generosidad irrazonablemente real y yo no termino de asimilarla.
Estos días una persona me daba mil gracias ¡a mí! porque la había hecho feliz el oírme contar lo que me estás enseñando, y me doy cuenta que esa es una nueva lección que me das, pues me estás usando para aportarle una pizca de sal que condimente su alma. Me usas para seguir generando amor y motivar a que siga en ebullición ese cariño que lleva dentro y que tan bien se está cociendo en su interior para que la disfrute su familia, de sangre o de fe. Te traslado su agradecimiento que no me pertenece a mí, es para ti.
Otro día más sin saber qué iba a escribir, he recurrido a esta carta para reconocer que estás en todo, en los detalles de tu creación, en los del corazón, en todo lo que miro, escucho, percibo y disfruto.
¿Y yo? Solo quiero darte las gracias.
Tomado y adaptado de Lázaro Hades/web