“El alma siempre debe estar abierta, dispuesta a dar la bienvenida”

Emily Dickinson

Dios nos creó para ser relacionados, para vivir en sociedad, primero aprendemos a socializar en la familia, nuestra primera “sociedad”  luego, en la educación formal,  reconocemos la existencia del otro, donde el respeto se vuelve un valor modular para la buena convivencia.

Conforme crecemos estabilizamos relaciones de amistad significativas, nos gusta pasar tiempo con nuestros amigos y desarrollamos el buen hábito de invitar a nuestro hogar y recibir con alegría a los invitados. El problema está en que muchos quieren ser recibidos y pocos quieren recibir, pero la hospitalidad es tan antigua como el ser humano; se tiene registros de esta buena costumbre desde las civilizaciones antiguas en el Oriente Medio, ser hospitalario se consideraba un deber de buena educación y cortesía.  Se trataba a los invitados dando lo mejor que se tenía.  Si estaba alguien en necesidad se mostraba compasión recibiéndole en casa para atenderle con todos los cuidados.  En algunas culturas era un mandato de sus creencias religiosas.  De ahí se puede entender la parábola del buen samaritano, no solo hablaba de ser misericordioso, la compasión nos lleva a actuar y era un valor en esa época.  Incluso no sólo se recibía al “amigo”, sino a los amigos del amigo.  Imagínate que uno de tus amigos llegue a tu casa a comer con más de 10 personas extras para pasarla bien y aprender juntos, si que sería un gran trabajo y gasto, más aun así se recibía con agrado.

En la actualidad esto pasaría como un abuso de confianza, quizás hasta nos molestaría, pero Jesús disfrutaba tanto de la hospitalidad de Martha, María y Lázaro, sus amigos de Betania, que llegaba con libertad y con sus discípulos.

Uno de los valores fundamentales de la Iglesia actual debería ser la hospitalidad, convivir en amor; con razón en Hechos 4 era tan fácil la unidad y congregarse en casas, era un privilegio abrir el hogar y se vivía expectante de recibir a otros.

Recuerdas la hospitalidad de una mujer importante según el segundo libro de Reyes, en el capítulo 4, cuando insiste en que Eliseo y su siervo, se hospeden en su casa, tanta alegría tenía, que construyó un aposento alto para que Eliseo siempre tenga morada donde llegar, sin darse cuenta recibió el anhelo de su corazón, tuvo un hijo.  Cuando el hijo creció, se enfermó y murió, más Dios usó al profeta, que representaba la presencia de Dios, y el hijo resucitó.  Ella sólo anhelaba ser una anfitriona solícita, y en ese aposento alto, se posó la Presencia de Dios.

La hospitalidad no solo nos lleva a una buena convivencia, sino que nos lleva a hospedar la Presencia de Dios, pues Él se agrada en nuestra decisión de recibir y honrar a otros.

¿Te gustaría ser morada de Su Presencia?  Practiquemos la hospitalidad y recibirnos unos a otros en amor.

Por: Martha Claudia Mosquera