Lo que realmente hace frustrar a una madre está en su corazón.

En estas últimas semanas he estado leyendo varios libros de la Biblia conocidos como los libros históricos, y una cosa que me molestaba mucho mientras leía Reyes y Crónicas, es que varios monarcas de Israel y de Judá “hacían lo bueno ante los ojos de Dios”, pero… ese pero me molestaba: “pero tal o cual rey NO quitó los lugares altos donde se adoraba a dioses falsos.” Mi enojo fue mayor cuando uno de esos reyes malvados (Acab), quien llevó a la idolatría al pueblo de Dios, en el momento que estuvo en problemas, se humilló delante del Señor, y ¡Dios lo perdonó! ¿Cómo es posible que Dios lo perdonara? Me molestaba pensar en la bondad de Dios con un rey tan idólatra. Fue ahí cuando me cayó el balde de agua fría, porque Dios trajo convicción a mi corazón mostrándome que también soy idólatra; quizás no tenga una imagen para inclinarme o un amuleto que lleve conmigo, pero como mamá tengo un corazón con la tendencia a crear ídolos.

Bien lo describió Juan Calvino, “nuestros corazones son fábricas de ídolos.” O como lo explicó G. K. Chesterton: “Cuando nuestro corazón deja de adorar a Dios, no es que no adoramos a nada, sino que adoramos a cualquier cosa”.

Si lo meditamos con sinceridad, la maternidad puede convertirse en un ídolo que desplaza a Dios de nuestras vidas. Quizás me digas que eso no es posible porque la maternidad es buena, y estoy muy de acuerdo contigo, pero aún lo bueno y hermoso que viene del Padre de las luces puede convertirse en un ídolo cuando desplaza a Dios. Brad Bigney dijo: “Un ídolo es cualquier cosa, persona (yo le añadiría y circunstancia) que capta nuestro corazón, nuestra mente y afectos más que a Dios.” Algo bueno como la maternidad, si se convierte en algo que capta nuestro corazón más que a Dios, es un ídolo.

La idolatría de la maternidad puede lucir diferente en distintas etapas de nuestra vida, aún antes de llegar a ser madres. En la Biblia encontramos a mujeres que no podían tener hijos, como fue el caso de Raquel.

Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana,

y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero. Y Jacob se enojó contra Raquel, y dijo:

¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el fruto de tu vientre?

Génesis 30:1-2

Raquel se sentía devastada porque no podía ser madre, se consumía por dentro al punto de desear morir y reclamar a un mortal algo que solo Dios lo puede hacer. Incluso, en esa desesperación por quedar embarazada, al parecer, hizo un trueque con Lea por unas mandrágoras (ver Génesis 30: 14-16). En la antigüedad, las mandrágoras eran consideradas plantas afrodisiacas con propiedades reproductivas. Es posible que, por el profundo deseo de llevar una vida en su vientre Raquel acudió a “remedios supersticiosos” (ídolos) que lo único que lograron fue llenar de tristeza y frustración su corazón.

Hace varios años, conversaba con una mujer muy sabia y amante de Dios, algo que ella dijo captó mi atención, ella me contó que de joven tenía una meta, casarse con un hombre muy atractivo para que sus hijos sean guapos. Esta mujer dijo: “Tuve hijos bellos y me enorgullecía de ellos, pero el costo que pagué fue alto, sufrí mucho y mi matrimonio terminó. Bendita gracia de Dios que llegó a mi corazón para sanar mi vida y las vidas de mis hijos.”

Esa conversación se quedó grabada en mi corazón, y se convirtió en un llamado de atención a mi vida, porque aún como mujeres solteras puede haber el deseo de ser mamás con las motivaciones equivocadas. Pablo dijo en Colosenses 3: 4 “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría” (énfasis añadido). Es interesante que Pablo diga que la avaricia es idolatría. La pregunta que surge es ¿qué es la avaricia? Bueno, es desear algo con tanta intensidad y vehemencia que nos hace creer que Dios no es suficiente. Ese tipo de avaricia nos lleva a tomar decisiones idolátricas; en el caso de la maternidad, puede distorsionar un deseo genuino y hermoso en un deseo de tener hijos para presumirlos, olvidando que los hijos nos han sido dados para criarlos en el temor del Señor y para su gloria (Isaías 43:7).

Cuando te enteras que estás embarazada, tienes una mezcla de emociones (y es otra etapa en la que podemos ser tentadas a fabricar ídolos en nuestros corazones). En el proceso de gestación nos preparamos leyendo todos los libros que están a nuestro alcance, los tutoriales de todas las redes sociales posibles, idealizando en nuestra mente lo excelentes madres que seremos, al punto de llegar a pensar que todo lo tenemos bajo control. No digo que está mal prepararnos y recibir consejos, es necesario y válido, pero lo importante es tener cuidado y buscar la sabiduría de Dios primero en el proceso para tener la actitud correcta mientras albergamos a una preciosa vida en nuestro vientre.

Confía en el SEÑOR totalmente, no en tu propia sabiduría.

Ten en cuenta a Dios en todo lo que hagas,

y él te ayudará a vivir rectamente.

Proverbios 3:5-6

Déjame contarte un poco de mi primer embarazo. Todo estaba “fríamente calculado” según mi planificación: parto normal, esposo en el quirófano para las fotos, estaba lista para recibir a mi primera hija, mis planes eran perfectos… Dios tenía otros planes. En el último momento tuvieron que realizarme una cesárea; mi esposo no pudo estar en el quirófano (gracias a Dios pude verlo a través de una ventana). Lo único que hacía era llorar, porque lo que yo quería que pase no pasó. Tuve hemorragia en la cirugía, estaba muy débil; al siguiente día seguía perdiendo sangre, llegué a tener anemia crónica. Mientras estaba con suero en un brazo y con una pinta de sangre en el otro brazo, no podía dar de lactar a mi pequeña que lloraba de hambre. En medio de ese proceso doloroso le reclamé a Dios por todo lo que estaba viviendo. Mi ideal de traer al mundo a una bebé se había convertido en una historia de angustia y desesperación. Le dije a Dios llorando: ¡me rompiste Señor!

En la cama del hospital Dios me recordó una parte del relato de Jeremías 18.

Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo: Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que, como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel.

Me identificaba tanto con el pueblo de Israel, estaba rota, quebrantada, adolorida. No lo entendí en ese momento, pero al mirar atrás me doy cuenta que había hecho un ídolo de mí mismo y de la idea de maternidad que había dibujado en mi mente. Por amor (aunque no lo sentía así), Dios me había quebrado para volverme a hacer.

Quisiera decir que con esa experiencia mi tendencia a idolatrar la maternidad desapareció, pero cada etapa de esta gran aventura tiene momentos donde el ídolo de la “súper mamá” quiere invadir mi vida. He descubierto que esa tendencia idolátrica no desaparece cuando das a luz, ni cuando tienes a tu bebé en brazos. Ese ídolo quiere gobernar el corazón cuando una mujer adulta te da un consejo y te enojas porque no te gusta que te digan lo que tienes que hacer. O cuando pones a tus hijos por encima de tu cónyuge alegando que tus hijos te necesitan más que tu esposo. O cuando miras al hijo de otra mamá más saludable, inteligente, o “más dotado” que el tuyo, y empiezas a “arreglar” a tu hijo para que no se quede atrás de los demás.

La lista sigue, cuando los hijos tienen ciertos comportamientos o actitudes que nos hacen quedar mal como mamás, al punto que podemos llegar a “usar” a Dios para que supla ese deseo idolátrico que tenemos. Me explico, oramos para que nuestro hijo sea obediente a fin de que no dañe nuestra reputación de madres ejemplares que queremos irradiar en nuestro barrio, iglesia o en las redes sociales. Tengo que aclarar que orar por la obediencia de nuestros hijos no está mal, esa oración es necesaria, pero lo que he aprendido es que debo escudriñar la razón por la cual estoy pidiendo algo a Dios, por más bueno que sea.

Codiciáis, y no tenéis; … y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. (Santiago 4: 2-3). Ese deseo de ser vistas como madres modelo nos puede llevar a pronunciar oraciones que solo buscan nuestro deleite, dejando de lado a Dios para entronar al dios de la autosuficiencia en nuestras vidas.

No quiero que te sientas desanimada mientras lees esto. Puedo decir que la maternidad es uno de los regalos más bellos que Dios me ha concedido, he aprendido mucho, créeme, y sé que me falta camino por recorrer. Pero al escribir estas palabras mi intención es que juntas recordemos nuestra necesidad de Dios para ser la clase de madres que Él quiere que seamos, porque algo que compruebo una y otra vez es que sin la ayuda de Dios nuestro buen desempeño en la maternidad puede terminar decepcionándonos y no nos permitirá disfrutar de este regalo hermoso de ser siervas de Dios para criar hijos que le den gloria.

Cada día luchamos con nuestra fábrica de ídolos, donde nuestras motivaciones santas se chochan con nuestras motivaciones pecaminosas. Necesitamos ser intencionales y pedir a Dios que nos ayude a identificar los ídolos de nuestro corazón. No es en la superficialidad donde vamos a identificar nuestros ídolos como madres, es al sumergirnos en la verdad de la Biblia en donde podremos identificar esos altares que han desplazado a Dios para robarnos la paz y la satisfacción que solo nuestro Padre Perfecto puede darnos.

Para derribar los ídolos que están en los altares de nuestro corazón necesitamos una vida de constante arrepentimiento y fe, de esa manera podremos experimentar que Jesucristo realmente es suficiente. Cuando permitimos que Cristo sea nuestro todo en todo, podemos entender que no es el buen comportamiento de nuestros hijos, o sus buenas notas, o lo guapos que son, o lo jóvenes y saludables que nos vemos como mamás lo que llena nuestra alma, sino solo Cristo, en quien estamos completas (Colosenses 2:10).

La idolatría de la maternidad trae sed a nuestro corazón mientras tratamos de saciarla con el agua salada del control. Es ese “si tan solo” que nos autoimponemos o imponemos a nuestros hijos provoca en nosotros esa sed de aceptación. Solo Cristo es nuestra fuente de vida inagotable que trae frescura y plenitud a nuestro corazón.

Jesús dijo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.

Juan 7:37-38

Identificar los ídolos de nuestro corazón requiere de trabajo y esfuerzo porque muchos de ellos están tan arraigados en los rincones más profundos de nuestros corazones que será difícil identificarlos a primera vista. Por eso necesitamos orar como lo hizo el rey David:

Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos;

Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno.

Salmo 139:23-24

Hacernos preguntas difíciles a la luz de la Palabra de Dios nos ayudará a identificar esos ídolos que no nos dejan vivir en el gozo y plenitud que solo Cristo nos da. Comparto contigo algunas preguntas que me han revelado los ídolos que mi corazón de mamá ha albergado:

· ¿Cómo reacciono cuando mis hijos me decepcionan?

· ¿Cuáles son mis temores más frecuentes como madre?

· ¿Cuáles son las cosas que me irritan de mis hijos?

· ¿Cuáles son las cosas que me producen descontento en la maternidad?

· ¿Qué es más importante para mí, sus calificaciones o su corazón?

· ¿Por qué cosas estoy orando sin evaluar mis verdaderas motivaciones?

· Con la mano en el corazón y delante de Dios: ¿por qué realmente quiero ser una buena madre?

Puede ser que responder a estas preguntas revelen verdades dolorosas, como lo hicieron conmigo, pero este es el mejor lugar para mirar a Cristo, pedirle perdón y derribar esos ídolos que nos alejan de su amor, gracia y paz. Pedir perdón a Dios aclara nuestra visión y nos permite estar cerca de nuestro Padre Eterno y cerca del corazón de nuestros hijos. Pedir perdón a Dios por nuestra idolatría nos permitirán contemplar la belleza sublime de nuestro precioso Salvador.

Mi oración por ti y por mí es que la gracia de Cristo y el conocerle más por medio de su Palabra nos permita llegar a abrumarnos de su hermosura al punto que Él sea nuestro mayor anhelo y satisfacción, que estemos tan llenas de su amor para pelear con fidelidad esta batalla contra los ídolos de nuestro corazón. Cristo es quien se ofreció en la cruz para saciar nuestra vida y darle un nuevo sentido a todo lo que somos y todo lo que hacemos. Solo Cristo puede darnos esperanza de vida eterna. Experimentar esta verdad cada día, nos ayudará a estar más conscientes de los ídolos que quieren apoderarse de nuestro corazón.

Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento

para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo.

Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.

Hijitos, guardaos de los ídolos. Amén.

1 Juan 5: 20-21

 

ESCRITO POR: Verónica Saavedra