Siempre que había alguna reunión especial en la iglesia; una de aquellas reuniones cuando te recuerdan todos tus pecados, los habidos y por haber, la noche terminaba con muchas personas de rodillas, con lágrimas en los ojos, emocionados o confrontados (más emocionados que confrontados). Y yo, normalmente, en alguna de aquellas situaciones le decía a Dios en una oración “Dios, nunca más te voy a fallar“. Lo que no sabía era que en la niñez, adolescencia, juventud y madurez, la palabra nunca dura muy poco.

Descubrí que a veces nunca duraba una semana, a veces 2, a veces 3. Y cuando me equivocaba nuevamente, o en el término incumplido en la promesa, cuando le fallaba me ponía mal. Me sentía avergonzado de no ser un “buen hijo de Dios” (Porque los cristianos hemos creado categorías: Mejor hijo o Peor hijo), de no haber podido cumplir con la palabra, y con el temor de que cucos e infiernos me caerían encima (no cuestiono que exista o no el infierno, ya escribiré sobre eso… algún día). Me sentía el peor cristiano del mundo, y nadie, hasta ese momento me había explicado que Dios no estaba esperando a que me equivocara, no me dijeron que él prefiere que no haga promesas tontas, sino que decida caminar cada día un paso más. Ejemplo?

Al día siguiente, al amanecer, Jesús regresó al templo. La gente se acercó, y él se sentó para enseñarles.

Entonces los maestros de la Ley y los fariseos llevaron al templo a una mujer. La habían sorprendido teniendo relaciones sexuales con un hombre que no era su esposo. Pusieron a la mujer en medio de toda la gente,

y le dijeron a Jesús:

—Maestro, encontramos a esta mujer cometiendo pecado de adulterio. En nuestra ley, Moisés manda que a esta clase de mujeres las matemos a pedradas. ¿Tú qué opinas?

Ellos le hicieron esa pregunta para ponerle una trampa. Si él respondía mal, podrían acusarlo. Pero Jesús se inclinó y empezó a escribir en el suelo con su dedo. Sin embargo, como no dejaban de hacerle preguntas, Jesús se levantó y les dijo:

—Si alguno de ustedes nunca ha pecado, tire la primera piedra.

Luego, volvió a inclinarse y siguió escribiendo en el suelo. Al escuchar a Jesús, todos empezaron a irse, comenzando por los más viejos, hasta que Jesús se quedó solo con la mujer. 10 Entonces Jesús se puso de pie y le dijo:

—Mujer, los que te trajeron se han ido. ¡Nadie te ha condenado!

11 Ella le respondió:

—Así es, Señor. Nadie me ha condenado.

Jesús le dijo:

—Tampoco yo te condeno. Puedes irte, pero no vuelvas a pecar.

(Juan 8:2-12 / Traducción en Lenguaje Actual –  Copyright © 2000 by United Bible Societies)

Jesús no condena, perdona. Y si te dice no vuelvas a pecar, no es porque tenga ganas de mandarte al infierno, sino porque no quiere verte avergonzado, triste, preocupado, cabizbajo. Si te dice no lo hagas de nuevo, es porque él sabe que no te hará ningún bien. Y eso no se logra de la noche a la mañana, es un proceso, paso a paso.

Debemos recordar que el camino se recorre paso a paso. En lugar de decir «nunca más» puedes decir «hoy no», y mañana repetirlo. Un día a la vez, un paso a la vez. Las grandes carreras se culminan un paso a la vez.

Ya no prometo no fallar, ahora le pido fuerzas para cada día ser diferente, si me equivocaba 10 veces, hoy lo haré 9 veces. El esfuerzo cuenta, como dijo Pablo: Prosigo a la meta. (Filipenses 3:14)

Escrito por: Jimmy Sarango | www.jimmysarango.com