La semana pasada recibí un álbum de fotos de alguien que había guardado todos los correos electrónicos y fotografías de nuestros primeros días en Ecuador cuando trabajamos en este país como misioneros. Al revisar el álbum, recordamos con mi esposa tantas experiencias que habíamos olvidado.
Lo que fue más divertido, sin embargo, fue ver lo mucho que nuestras hijas han cambiado. Ambas chicas ahora son adultas e independientes, pero estas fotos nos hicieron revivir sus primeros días de escuela, modelando ropa nueva que acababan de recibir, o jugando con sus amigas en Calacalí, una pequeña población cercana a la ciudad de Quito. Las imágenes son familiares, pero no podemos recordar el día o la hora exacta en la que la mayoría de esas imágenes fueron tomadas.
Aunque quizás hayamos olvidado muchos de los detalles de la vida de nuestras hijas, ¡Dios no lo ha hecho y nunca lo hará! Nunca estamos fuera de su vista; Él nunca nos olvidará. Me encantan estos versículos de Isaías que dicen: “¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaré. He aquí, en las palmas de mis manos, te he grabado; tus muros están constantemente delante de mí.” (Isa 49: 15-16 LBA)
Hay muchas teorías sobre criar a los niños, cómo educarlos para ser personas responsables, comprometidas, maduras y piadosas. La verdad es que no existe una fórmula única y mágica para producir hijos que amen y honren a Dios. Lo que sí podemos hacer es enseñarles al compartir nuestras propias experiencias con Dios y asegurarnos que ellos experimenten el amor inmutable y constante de Dios.
Aprender a amar a Dios y aceptar Su amor por nosotros es, sin duda una de las cosas más importante que los padres podemos hacer por nuestros hijos.