Me es extraño llamarte así. No sabes lo mucho he preguntado por ti, sobre todo ahora que estoy en pleno desarrollo y que veo que mis compañeros tienen mamá y papá, mientras que yo solo tengo a mamá. Me pregunto noche a noche la razón de tu abandono, de tu falta de coraje y de valentía al no hacerte responsable de mí… ¿Por qué huíste y me dejaste cargando con aquella frase que debo repetir a cada rato: “no tengo papá”?
Ni te imaginas cómo se siente, o cuántas veces te he necesitado y al mismo tiempo he sentido rencor, pero he aprendido que con eso no gano nada, por eso te escribo esta carta.
Papá, realmente sé muy poco de ti. No he querido preguntarle mucho a mamá, esa mujer que ha sido increíble. Te sorprendería lo grandiosa que es, aunque quizá lo sabes muy bien.
Quizá pienses que quiero hacerte algún reclamo, o decirte que te odio y que eres el peor padre, pero no es así. Por el contrario. Quiero hacerte saber que te perdono, de corazón.
Perdono tu ausencia que me hizo una persona más fuerte, independiente, perseverante y por supuesto, valiente. Te perdono porque, honestamente aquí estoy, viva.
Además de mamá, alguien supo llenar tu lugar: el abuelo. Él estuvo presente en cada celebración y siempre con orgullo dije que él era mi segunda mejor opción, la mejor que Dios me dio. Y como él ya era padre, no le fue difícil educarme, y lo ha hecho bien.
¡Sabes! Es un gran hombre, de gran corazón, y tan grande así que jamás me habló mal de ti.
Él me enseñó a ser agradecida, noble, a compartir lo que tengo con los demás. Me enseñó a luchar por mis ideales, a no rendirme, a levantarme después de cada caída y a sonreír siempre. Me enseñó a ser fuerte, a no sufrir por insignificancias y a valorarme, a no sentirme ni menos ni más. Me enseñó simplemente a ser yo.
Te perdono por todo, porque gracias a ello yo soy quien soy: una persona grandiosa que se esfuerza por ser mejor. Gracias a ti, de cualquier manera, comprendo cuál es el tipo de hombre que quiero, no solamente para mí sino como padre de mis hijos. Te perdono papá, porque aquel dolor en algún momento terminó haciendo de mí alguien invencible, porque gracias a ti es que he aprendido a perdonar, ¡he aprendido a perdonarte!
No arruinaste mi vida con tu partida. Mi vida continuó, aparecieron personas maravillosas que me enseñaron lo hermoso de vivir. No puedo decir que mi vida haya sido mala solo por no estar tú en ella. Por el contrario, he sido feliz. Puedes estar tranquilo. Continúa con tu vida en paz y no te atormentes por mí, porque yo te he perdonado. Dios me enseñó que Él es el mejor padre y me ha extendido su amor sanador.
Realmente espero que tu vida haya dado un vuelco y que seas tan feliz, pleno y dichoso como lo soy yo. Te perdono por ser el hombre que me engendró, te perdono porque quiero ser libre, y por si algún día nos vemos, pueda saludarte con el alma limpia.
Hasta siempre. Tu Hija.
Tomado y adaptado de: Econsejos/ Gabriela Ribeiro.