El ser humano fue creado para caminar en la vida acompañado. Todos necesitamos compartir, cooperar, amar, sociabilizar y tantas otras cosas que jamás se lograrán hacer estando solos. De hecho, los éxitos se los disfruta en su totalidad cuando hay alguien a nuestro lado.
La familia cumple ese propósito de respaldo total a esas metas perseguidas como individuos, que a la final se convierten en objetivos anhelados y compartidos por todos sus miembros; ¿o acaso la familia no está pendiente, apoyando, ayudando y luchando conjuntamente con aquel adolescente que estudia, con los padres que trabajan y con todas las actividades en las cuales cualquiera de sus miembros se involucran?
Cada proyecto, cada etapa de la vida, no la cruzamos solos; alrededor está nuestra familia que en porcentajes diferentes habrá incidido en los resultados alcanzados. Cada uno de sus miembros, no importa si son niños o ancianos, pueden ayudar a lograr algunas metas, a realizar algunas tareas, y cooperar para que todos la pasemos bien en familia.
Pequeños quehaceres como preparar la cena o grandes proyectos como la producción de una película, requieren de una familia involucrada, unida y dispuesta a aportar con sus habilidades para un fin común.
Cuando en una familia está presente Dios y su amor, sus miembros caminan hacia un mismo fin, llegan a cumplir el propósito que su Creador les ha entregado, y están sembrando una simiente para vivir en una sociedad diferente.
Y aquellos periodos de la vida que no son tan agradables, y que cada día hay que atravesarlos, también se vuelven más ligeros cuando cuentas con una familia. El abrazo de un hijo, las palabras de ánimo del cónyuge, la oración unánime, son esas manifestaciones del amor y la sabiduría de Dios; son esas caricias de fortalecimiento para avanzar sin desmayar.
Las victorias logradas en la vida del ser humano son el resultado de los grandes logros alcanzados en el seno del hogar.