La preocupación es algo que uno ha aprendido a tener. No hay tal cosa de que uno sea un «preocupador, o preocupado nato.» Al contrario, la preocupación es una respuesta aprendida durante la vida.
Después de años de equivocaciones, fracasos y expectativas incumplidas, tú ya has descubierto que las cosas no siempre resultan ser como a ti te gustaría. A partir de estas experiencias, llegas a formar el hábito de preocuparte.
La buena noticia es que si la preocupación es una respuesta aprendida hacia los problemas de la vida, ¡también es algo que puede ser “des-aprendido!”. La preocupación nunca ha cambiado nada, por tanto, es inútil preocuparnos. La preocupación no puede cambiar el pasado. La preocupación no puede controlar el futuro. Preocuparse sólo lo hace que te sientas frustrado miserable.
La preocupación nunca ha resuelto ningún problema, nunca ha pagado una cuenta, nunca ha curado ninguna enfermedad. Lo único que hace es paralizarte de tal manera que no puedes hallar una solución. La preocupación es como correr un automóvil en neutro; no va a ninguna parte, lo único que hará es acabarse la gasolina. «La angustia abate el corazón del hombre, pero una palabra amable lo alegra.» (Proverbios 12:25).
La preocupación frecuentemente exagera el problema. Juega con tu imaginación. ¿Has notado que siempre que te preocupas por un problema, éste parece crecer y ser más difícil de resolver? Cuando tu repites el problema una y otra vez, tu mente tiende a agregarle más detalles – sobredimensionándolo y entonces te sientes aún peor.
¿Cuál es la solución? En vez de preocuparte, habla con Dios de qué es lo que te preocupa. El es alguien – quizá el único – que puede hacer algo. «No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.» (Filipenses 4:6-7).