Desayuno, comida y cena, a lo que deberíamos añadir otra ingesta a media mañana y una merienda. Son las tres (o raramente cinco) comidas diarias en la dieta humana. Pero ¿son todas igual de importantes?

El debate aquí se suele centrar en el desayuno. Porque hay quien se lo salta, pero también quien lo considera la comida más importante del día. ¿Quién tiene razón? ¿Puede ser el desayuno un factor determinante en el desarrollo físico y mental a lo largo del día?

Si hacemos ejercicio, ingerir previamente un buen desayuno nos hace quemar más carbohidratos, además de que en la siguiente comida digerimos y metabolizamos mejor los nutrientes. Por el contrario, saltarse el desayuno fomenta la aterosclerosis (el engrosamiento patológico de las arterias). Y se ha demostrado también que desayunando nos resistimos más al “picoteo” el resto de la jornada y, en general, comemos más sano.

Todo esto tiene sentido si tenemos en cuenta que los humanos seguimos un ritmo circadiano, que se traduce en una mejor utilización de los recursos nutricionales durante el día. Hemos optimizado nuestro metabolismo para que funcione mejor mientras brilla el sol. Gracias a este ritmo tenemos interiorizadas las horas de más hambre; cuándo tenemos que desayunar, comer o cenar; cuándo descansar; o cómo y cuándo movilizar las grasas libres.

Optar por un desayuno con productos con un índice glucémico muy alto no es una buena opción. Originará altas tasas de glucosa en sangre de forma muy rápida, lo que implica que también la insulina se apresurará a dar la orden de que se elimine de la sangre. Eso irá seguido de una rápida hipoglucemia o bajada de glucosa en sangre, que abrirá el apetito de nuevo haciendo que a media mañana tengamos otra vez necesidad de comer.