Hace varios años mi papá me contó la historia de un traductor que llegó a una tribu que no tenía la Biblia en su idioma. Su trabajo sería escribir el texto bíblico en el idioma de ellos.
A medida que avanzaba en su trabajo se dio cuenta que no conocía la palabra «confianza». Se acercó al jefe de la tribu y le preguntó, sin tener una respuesta. Pasaron las semanas y no lograban encontrar una palabra que se tradujera como confiar. Un día, después de una jornada larga y cansada de trabajo, el jefe de la tribu llegó a casa y se echó sobre su silla.
En ese momento el traductor gritó «¡eso! ¿cómo se llama eso?» El jefe le dijo: «sentarse». Entonces el traductor utilizó esa palabra como confiar en Dios, porque cuando hay confianza nos depositamos sin temor, sin preocupación.
¿Cuándo fue la última vez que te depositaste así en Dios? Es poco común que al sentarnos cuestionemos la silla, que saquemos una regla y la midamos o analicemos el material, solo nos sentamos y descansamos. A veces cuestionamos más a Dios que a los lugares que usamos como asiento.
Es necesario aprender a depositarnos en él, sin reparos, sin observaciones, simplemente echarnos y descansar. Dios es nuestro refugio y nuestro asiento también.