En la sociedad de la apariencia es tan importante lo que dicen de ti que no importa fingir con tal de recibir aprobación.
Por años viví con el peso de complacer a otros: ser el amigo incondicional, que dejaba de hacer lo que sea cuando me necesitaban. Fui el músico que estaba en la iglesia cuando me necesitaban, sin importar si llevaba semanas tocando sin descansar. Fui el consejero que abandonaba mis responsabilidades porque otros me necesitaban.
Gracias a Dios, mi vida ya no es así.
Con los años me di cuenta que tenía un complejo de mesías.
Creí que me necesitaban para solucionar los problemas, que yo era el salvador de otros, que mientras más halagos recibía y más hacía por otros, más me querían. Lastimosamente en lo último tuve razón.
El día que decidí ser mi primera prioridad y empecé a decir no a otros, empezaron a distanciarse. Decían que ya no soy igual, que algo me pasó, que antes era buen amigo y ahora ya no. Valorarte es mal visto en una sociedad que piensa que debes estar disponible para otros cuando ellos quieran.
Mamá o papá esperan que no hables así, que te vistas de otra manera. Tus amigos esperan que estés ahí, que renuncies a tus responsabilidad y que ellos sean tu prioridad. Los amigos de la iglesia esperan que seas intachable, que te muestres como un santurrón, porque ser santo no tiene que ver con ser perfecto. La sociedad espera que no cuestiones, que no cambies las cosas, que seas sumiso. Tú decides someterte o liberarte.
Valorarme costó porque cada día tenía que recordarme que yo también soy importante.
- No siempre debes estar ahí para todos
- Mereces descansar
- Tienes derecho a decir no sin dar explicaciones
- Puedes vivir tu vida sin pensar qué opinan otros
- Lo más importante es que te valores
- Respeta tu tiempo, tu cuerpo
Ahora tengo 30 años. Valoro a las personas que cuentan conmigo. A los que esperan siempre mucho de mi, no los escucho porque ellos no son mis jueces ni mi estándar. Soy feliz como Dios me hizo, dejo que él trabaje en mi y ya no vivo con el peso de agradar a otros.